himno sombrio

                      DANYEL (CABALLERO SOMBRIO)



El Himno Sombrío
Una brisa repentina, irrumpió la quietud reinante, hojeó algunos libros, papeles  y demás, que se  encontraban sobre el estante…
Lentamente acudí, a levantar los objetos, y ordenar los escritos, viejos y desteñidos, por los años y los insectos,  muy carcomidos…
Pero, sería por influencia de algún malvado genio? Que me dispuse a leerlos, o tal vez  fue mi excusa para justificar la pereza de levantarme…
Sea cual fuese el motivo, me arrepentí de prestarle empeño, pues, lo que con curioso afán empecé a ojear, eran puñales de doble filo estratégicamente por mi escondidos…
Pero cuan doloroso gesto expresaba mi semblante! Al contemplar las olvidadas cartas, que eran el ultimo legado que tú, amada mía, antes de tu partida me dejaste…
Sumido en aquel melancólico momento, en que sentía caer en pedazos mi existencia, opté por desahogar aquel penumbroso sentir con golpes y gritos adoloridos…
Inundado ya, más que por tristeza, de amargura profunda e ira descontrolada, reclamé al destino, desafié a lo divino…
Porqué la deidad habría de tomar revancha contra lo que más yo adoraba, era acaso motivo de gracia, allí en lo alto, mi desgracia?...
Proclame lleno de rabia, para que me oiga el cielo, los mares, y hasta el averno… Hice un anuncio a los cuatro vientos…
“Ofrecería mi alma, o al menos cada pedazo que de ella quedaba, por tener conmigo a mi preciada dama”…
Un estruendo respondió a mis quebrantados ruegos, que pasaría desapercibido por mí, de haber una tormenta, pero no era así, estaba calmo y manso el planisferio…
Acto seguido, y tras mi notable asombro, una densa niebla se abrió paso por los ventanales, dejando ver apenas la plateada luna a través  de los empañados cristales…
La fogata perdía fuerzas, pero aún en su débil intento de servir de lumbrera, podía recrear en la pared una bizarra sombra, la de un huésped inesperado, o lo que fuera…
Temblando, de horror ante tan siniestro espectáculo, reuní el coraje necesario para entablar comunicación con mi incógnito visitante…
Pues debía hacer honor a la valentía de la que siempre me jactaba, y públicamente alardeaba. Pero no, sin sentir un mínimo de interés de huir despavorido de aquella situación en la que me hallaba…
“Quién eres?” Pregunté. Vamos! Muéstrate! Repliqué, haciendo gala, más que de mi valor, de mis excelentes dotes de actor, no creerían cuantas agallas reflejaba a pesar de mi vergonzoso, pero justificado temor.
Atónito, observaba como aquella amorfa  figura iba adoptando una familiar silueta, me hubiese esperado cualquier fantasmal aparición, pero menos lo que ante mí se presentaba…
Enmudecido, al borde de un paro cardiaco, quedé al contemplar  como aquel endemoniado contorno, al hacerse perceptible a mi visual, iba tornándose en delicados rasgos…
Meliflua musa de negras alas que ante mí se recreaba, era la personificación del mal o era una maléfica diosa la que se encarnaba…
Del terror pase a la admiración, no podía ser real… Era ella! Tan hermosa como aquél día en que la vi partir, aún poseía esa pálida tez que tanto idolatraba…
 Me miraba con esos grises ojos, encendidos de viveza, con los que mi esencia cautivaba… Haciendo estremecer, con una seductora sonrisa macabra, por completo mi ser…
La niebla la abrazaba como un manto espectral, la tenue claridad hacía juego perfecto con la siniestra oscuridad que de ella fluía…
Extendió una de sus blancas manos hacia mí, diciendo: “Me has llamado, querido mío?”…
“Pues, aquí he venido, a ofrecerte lo que tanto has pedido”… No podía proferir palabra alguna por tantos choques de emociones en mi interior, mis lágrimas eran mi respuesta a tal alusión…
“Partamos amado mío, que nos espera un largo camino”, indicó señalando al vacío… “Llevadme entonces, con usted”  dije, “Brindadme ya, querida, aquello que tanto ansío”…
Sin más preámbulos, cerró los ojos, y una fúnebre canción empezó a entonar. Su voz encerraba una mística belleza, y a la vez una fatal sentencia… 
Eran, evidentemente, los versos de la parca, las estrofas de la aniquilación… Estaba arrebatándome la vida con el himno del Hades, pero de igual manera, que placentera sensación…

Sería un pecado el dejarme subyugar ante la melodiosa tentación de su veneno ?...
Pues de así serlo, acostumbrarme nada más debería a las llamas del infierno…
Porque en mi mente nunca afloraría la idea, de renunciar a mí tan arraigado deseo…
Recuperarte, poder palpar tu piel de nuevo, acariciar tu angelical rostro delicadamente con las yemas de mis dedos…
Poder susurrar a tu oído los mil y un versos, de amor y devoción, que por macabro  capricho del Hado, en el silencio quedo suspenso…
Así es, mi doncella oscura, aceptaría mil años de condena por cada segundo a tu lado… Sin pensarlo un segundo te seguiría hasta al mismo Tártaro…
Para mí el paraíso, seria cualquier lugar, por más lúgubre que sea, por el solo hecho de tenerte en mis brazos…
Mientras citaba dichas líneas, me acometió la ansiedad, me sentía listo…
Con ímpetu, arremetí: Es hora, o acaso esperará que el alba atestigüe esta trágica escena ?...
Que caiga el telón! Apaguen las luces, ya el teatro  llegó a su final… He llegado ya al epílogo, cruel Eris, de tu trama magistral…
La prohibida obra musical continuaba, la atmósfera de una siniestra pesadumbre se llenaba… A medida que avanzaba el ritual, más cercana sentía mi despedida del mundo mortal…
Réquiem  en mi memoria antes de mi deceso, era aquella armonía, bálsamo fatídico a mis lamentos…
La bruma, dueña ya del ambiente, acariciaba suavemente mi frente... En tanto me entregaba ilusionado al coro de la muerte…
Los latidos de mi corazón iban disminuyendo, sincronizando contrariamente con las infernales notas que iban en aumento…
Mi mente, turba en la melodía, iba ahogándose… Lentamente mi conciencia iba desapareciendo…
 Ya el coro iba terminando, tornando su voz en susurros, en palabras suaves cesando… Con sus blancas manos una oz, ante mi mirada fija alzó, y tiernamente a mi lado se acercó…
Antes de que me diese el toque de gracia, mientras mis últimos suspiros, lánguidos, escapaban revoloteando, llegué a decirle al oído:
“Embárgame, mi amada, de mis sentidos, dame ya el descanso que tan fervientemente os pido, despojadme de esta aciaga existencia, arrebatadme ya de esta miseria”.







Habiendo dicho eso, me abrazó fuertemente, con negras lágrimas cayendo por sus mejillas me dijo “Ahora, lo nuestro será eterno”…
 Sentí el frío metal atravesar mi pecho, carmesí líquido brotaba y fluía por el suelo… Me alzo, y cuidadosamente me poso en mi lecho…
Aquella cama, donde yacía mortecino mi frío cuerpo,  hacía de improvisado féretro. Era una gélida noche, pero me sentía cálido acurrucado en aquel fatal abrazo…
Serenamente, dije adiós a lo terreno… Mientras ella, sellaba aquel pacto siniestro, con un mortífero beso…
Cuando desperté, estaba ella, tiernamente durmiendo entre las sábanas… Estaba confundido. Era alguna ilusión lo acontecido?... Acaso fue todo una pesadilla? No lo diferenciaba...
 Sentía que en cada minuto pasaban días, incluso meses, pero nunca amanecía… Salí al balcón, y miré aturdido…
 A lo lejos divise el patio, donde estaba  el panteón de mi amada, ya no había allí un solo epígrafe… Ahora, junto al de ella, estaba el mío… Allí comprendí todo, hasta diría, sentí alivio…
 Sonreí, y detrás de mí, dijo ella desde la cama, con su encantadora voz: “Ven mi amor, acuéstate por siempre a mi lado, ven y sueña conmigo que para nosotros nunca habrá un ocaso”…

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